La grande, grande, grande bellezza

Título: La grande Bellezza (La gran belleza)
Director: Paolo Sorrentino
Guión: Paolo Sorrentino, Umberto Contarello
Fotografía: Luca Bigazzi
Año: 2013
Duración: 142 min.
País: Italia
Productora: Coproducción Italia-Francia; Indigo Film / Medusa Film / Mediaset / Pathé / France 2 Cinéma / Babe Film / Canal+
Reparto: Toni Servillo, Carlo Verdone, Sabrina Ferilli, Serena Grandi, Isabella Ferrari, Giulia Di Quilio, Luca Marinelli, Giorgio Pasotti, Massimo Popolizio

Este año, el jurado de Cannes 2013 se olvidó de incluir entre sus películas premiadas esta nueva colaboración entre el realizador napolitano Paolo Sorrentino y el actor Toni Servillio, la película sobre la que ahora mismo me lanzo a opinar: La Grande Bellezza. Es quizás una apuesta tan arriesgada como también lo fue en esta edición Only God Forgives, por su hastío hacia la narrativa habitual, y su ardiente, intensa, y apasionada formalidad técnica. A lo mejor por eso ambas fueron evitadas en pro de La vie d'Adéle, más convencional en forma, pero mucho más arriesgada en fondo. Decisión más que respetable (y más cuando se trata de una hecha por el mismísimo Spielberg), pero de la que, lejos de compartir, rehúyo.

Jep Gambardella (Toni Servillio), cronista y vividor, echa una mirada atrás a su existencia poco después de cumplir los 65 años. Toda su vida ha girado en torno al éxito de su primera y única novela: desde entonces se ha relacionado con los círculos literarios y artísticos de la más alta esfera romana.

Ero destinato a la sensibilità. Ero destinato a diventare uno scrittore...

Prima-hermana de La Dolce Vita de Fellini, sucesora del magnetismo cómico de Woody Allen, reminiscente del Pasolini de Saló, y heredera del mantra (acuñado por P.T. Anderson) "se debe captar la atención del espectador durante los cinco primeros minutos", La Grande Bellezza es un viaje por la mente de un hombre que a sus 65 años de edad repara en el inexorable y nefasto avance del tiempo. Avance que esconde bajo kilos de botox, un frenesí imparable de fiestas, y una banda sonora en la que destaca el remix de uno de los grandes hits de Rafaella Carrá. Y eso dice mucho: la canción es la misma, sólo que se niega a crecer. Su alma intenta, con todos sus medios, resistirse a sucumbir ante la inminente (y definitiva) llegada de la decadencia mediante el fingimiento de la felicidad y el máximo exceso. Jep Gambardella (impecable e imperdible interpretación de Servillio) y sus compañeros nocturnos, todos ahijados de Roma, al igual que la canción (otrora símbolo de toda una generación), se refugian en la gloria de los tiempos ya pasados, e internamente se lamentan de lo que han perdido y les impide alcanzar una existencia plenamente satisfactoria, llevándolos a un deterioro anímico escondido bajo la superficialidad de las grandes y orgiásticas fiestas, y la hipocresía y máxima ostentación de las altas esferas. Al final, sólo al final, Jep logrará aceptar la realidad, y vivir en harmonía con ella.

... Ero destinato a diventare... Jep Gambardella.

Por si todo esto fuera poco, el escenario por el que deambulan sus viejos y deteriorados personajes no es otro que Roma, hogar de lo viejo y deteriorado (pero, igual que ellos, reformado). El escenario perfecto para este gran guiñol en el que se encuentran convertidas las vidas de todo el que rodea a nuestro protagonista, el rey de lo mundano. Un escenario retratado con, valga la redundancia, gran belleza por el director de fotografía de Luca Bigazzi.

Sorrentino nos habla de la imposibilidad de alcanzar o ni siquiera de rozar la "grande bellezza" en un mundo roto y superficial, y, paradójicamente, nos la muestra durante algo más de dos horas. Sorrentino nos habla del fin de la fiesta, y a la vez, del inicio de la más grande de todas. Sorrentino nos habla de todo, y de nada.

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